Capitulo de la Septima Carta a mis amigos. 1991-1993 Silo
En carta anterior fijamos
posiciones sobre las cuestiones del trabajo frente al gran capital, de la
democracia real frente a la formal, de la descentralización frente a la
centralización, de la antidiscriminación frente a la discriminación, de la
libertad frente a la opresión.
Si en el momento actual el capital se va
transfiriendo gradualmente a la banca, si la banca se va adueñando de las
empresas, los países, las regiones y el mundo, la revolución implica la
apropiación de la banca de tal manera que ésta cumpla con prestar su servicio
sin percibir a cambio intereses que de por sí, son usurarios.
Si en la
constitución de una empresa el capital percibe ganancias y el trabajador
salario o sueldo, si en la empresa la gestión y decisión están en manos del
capital, la revolución implica que la ganancia se reinvierta, se diversifique o
se utilice en la creación de nuevas fuentes de trabajo y que la gestión y
decisión sean compartidas por el trabajo y el capital.
Si las regiones o
provincias de un país están atadas a la decisión central, la revolución implica
la desestructuración de ese poder de manera que las entidades regionales
conformen una república federativa y que el poder de esas regiones sea
igualmente descentralizado a favor de la base comunal desde donde habrá de
partir toda representatividad electoral.
Si la salud y la educación son
tratadas de modo desigual para los habitantes de un país, la revolución implica
educación y salud gratuita para todos, porque en definitiva esos son los dos
valores máximos de la revolución y ellos deberán reemplazar el paradigma de la
sociedad actual dado por la riqueza y el poder.
Poniendo todo en función de
la salud y la educación, los complejísimos problemas económicos y tecnológicos
de la sociedad actual tendrán el enmarque correcto para su tratamiento.
Nos
parece que procediendo de modo inverso no se llegará a conformar una sociedad
con posibilidades evolutivas.
El gran argumento del capitalismo es poner todo
en duda preguntando siempre de dónde saldrán los recursos y cómo aumentará la
productividad, dando a entender que los recursos salen de los préstamos
bancarios y no del trabajo del pueblo. Por lo demás, ¿de qué sirve la
productividad si luego se esfuma de las manos del que produce? Nada extraordinario
nos dice el modelo que ha funcionado por algunas décadas en ciertas partes del
mundo y que hoy comienza a desarticularse. Que la salud y la educación de esos
países aumenta maravillosamente, es algo que está por verse a la luz del
crecimiento de las plagas no solo físicas sino psicosociales. Si es parte de la
educación la creación de un ser humano autoritario, violento y xenófobo, si es
parte de su progreso sanitario el aumento del alcoholismo, la drogadicción y el
suicidio, entonces de nada vale tal modelo. Seguiremos admirando los centros de
educación organizados, los hospitales bien equipados y trataremos además de que
estén al servicio del pueblo sin distinciones. En cuanto al contenido y
significado de la salud y de la educación hay demasiado para discutir con el
sistema actual.
Hablamos de una revolución
social que cambie drásticamente las condiciones de vida del pueblo, de una
revolución política que modifique la estructura del poder y, en definitiva, de
una revolución humana que cree sus propios paradigmas en reemplazo de los
decadentes valores actuales.
La revolución social a que apunta el Humanismo
pasa por la toma del poder político para realizar las transformaciones del
caso, pero la toma de ese poder no es un objetivo en sí.
Por lo demás, la
violencia no es un componente esencial de esa revolución. ¿De qué valdría la
repugnante práctica de la ejecución y la cárcel para el enemigo? ¿Cuál sería la
diferencia con los opresores de siempre? La revolución de la India
anticolonialista se produjo por presión popular y no por violencia. Fue una
revolución inconclusa determinada por la cortedad de su ideario, pero al mismo
tiempo mostró una nueva metodología de acción y de lucha.
La revolución contra
la monarquía iraní se desató por presión popular, ni siquiera por la toma de
los centros de poder político ya que éstos se fueron “vaciando”,
desestructurando, hasta dejar de funcionar... luego la intolerancia arruinó
todo. Y así, es posible la revolución por distintos medios incluido el triunfo
electoral, pero la transformación drástica de las estructuras es algo que en
todos los casos debe ponerse en marcha de inmediato, comenzando por el
establecimiento de un nuevo orden jurídico que, entre otros tópicos, muestre
claramente las nuevas relaciones sociales de producción, que impida toda
arbitrariedad y que regule el funcionamiento de aquellas estructuras del pasado
aún aptas para ser mejoradas.
Las revoluciones que hoy
agonizan o las nuevas que se están gestando no llegarán más allá de lo
testimonial dentro de un orden estancado, no llegarán más allá del tumulto
organizado, si no avanzan en la dirección propuesta por el Humanismo, es decir:
en dirección a un sistema de relaciones sociales cuyo valor central sea el ser
humano y no cualquier otro como pudiera ser la “producción”, “la sociedad
socialista”, etc.
Pero poner al ser humano como valor central implica una idea
totalmente diferente de lo que hoy se entiende, precisamente, por “ser-humano”.
Los esquemas de comprensión actuales están todavía muy alejados de la idea y de
la sensibilidad necesarias para aprehender la realidad de lo humano. Sin
embargo, y es necesario aclararlo, también comienza a dibujarse una cierta
recuperación de la inteligencia crítica fuera de los moldes aceptados por la
ingeniosidad superficial de la época. En G. Petrovic, para mencionar un caso,
encontramos una concepción precursora de lo que hemos venido exponiendo. El
define a la revolución como “la creación de un modo de ser esencialmente
distinto, diferente de todo ser no humano, anti-humano y aún no completamente
humano”. Petrovic termina identificando la revolución con la más alta forma de
ser, como ser en plenitud y como Ser-en-libertad (tesis sobre “la necesidad de
un concepto de revolución”, 1977, La Filosofía y las Ciencias Sociales,
congreso de Morelia de 1975).
No se detendrá la marea
revolucionaria que está en marcha como expresión de la desesperación de las
mayorías oprimidas. Pero aún esto no será suficiente ya que la dirección
adecuada de ese proceso no ocurrirá por la sola mecánica de la “práctica
social”.
Salir del campo de la necesidad al campo de la libertad por medio
de la revolución es el imperativo de ésta época en la que el ser humano ha
quedado clausurado. Las futuras revoluciones, si es que irán más allá de los cuartelazos,
los golpes palaciegos, las reivindicaciones de clase, o de etnia, o de
religión, tendrán que asumir un carácter transformador incluyente sobre la base
de la esencialidad humana. De ahí que más allá de los cambios que produzcan en
las situaciones concretas de los países, su carácter será universalista y su
objetivo mundializador. Por consiguiente, cuando hablamos de “revolución
mundial” comprendemos que cualquier revolución humanista, o que se transforme
en humanista, aunque sea realizada en una situación restringida llevará el
carácter y el objetivo que la arrojará más allá de sí misma. Y esa revolución,
por insignificante que sea el lugar en que se produzca, comprometerá la
esencialidad de todo ser humano.
La revolución mundial no puede ser planteada
en términos de éxito sino en su real dimensión humanizadora. Por lo demás, el
nuevo tipo de revolucionario que corresponde a este nuevo tipo de revolución
deviene, por esencia y por actividad, en humanizador del mundo.
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